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ILUSTRACIÓN DE @PACO_BULLICIO
Salud

¿Por qué, mientras más crecemos, tenemos más miedo?

¿Te dan miedo cosas que antes no te preocupaban? No te pasa solo a ti y tiene una explicación.

No te diste cuenta y, de pronto, prefieres hacer planes de día que de noche. Pides en el restaurante aquello que te conviene y no lo que te hace salivar. A lo mejor ya no cruzas ese paso de peatones cuando la luz está en amarillo o prefieres no mirar abajo desde un edificio alto. O, en mi caso, volver a mi casa solo o sola de noche se ha convertido en un mal trago tan solo de pensarlo. Precaución, precaución, precaución. La mente dice que cuidado, que mejor no.

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Pero hubo un momento en el que todas estas decisiones no pasaban por la cabeza. Un momento en que, sin saberlo, éramos más libres mentalmente. Puede que tengas la edad que tengas no hayas experimentado miedos que te hayan paralizado o te hayan hecho sentir ansiedad. Sin embargo, una gran mayoría de personas se piensan dos veces si van a hacer una actividad que antes ni imaginaban que podía implicar peligros.

¿Qué nos hace sentir culpa?

Parece que los miedos nos aumentan a medida que nos hacemos mayores y, aunque parezca que sea solo por el hecho de madurar, algunos profundizan sobre ello. “Creo que con la edad creamos unas expectativas a partir de las experiencias que hemos vivido, y eso hace que a veces tengamos miedo”, me cuenta Carlos (30 años), quien sufre miedos principalmente por lo que se nos ha inculcado desde pequeños a nivel social: conseguir un buen trabajo, tener pareja y, en definitiva, “tener una vida como la de mis padres”. La sociedad, claro está, no es la misma que hace veinte años atrás, y esos objetivos que se marcaba son bien difíciles de conseguir. Eso genera frustraciones y ansiedades: “No nos sentimos realizados de la manera en la que fuimos programados para realizarnos”.

Sea cual sea el miedo que tengamos, el hecho de hacernos mayores nos hace ver cosas de las que antes no éramos capaces de darnos cuenta. Celia (28 años) empezó a sentir más miedo a partir de los 23. No solo teme no poder pagar el alquiler o no hacer bien el trabajo que le gusta, sino también caerse, herirse y tener que ir con muletas y, por ello, perderse planes o algo peor. “También tengo miedo a los cambios. Como cualquier persona de mi generación quiero viajar, vivir en otras ciudades y probar distintos trabajos, pero también me freno por el miedo a empeorar la situación que tengo en el presente. ¿Y si una mala decisión me hace tener que volver a vivir con mis padres o no encontrar a gente afín a mí en otros lugares? Todo ello me haría sentirme fracasada y decepcionada conmigo misma”, dice. Además, la constante violencia machista que vivimos globalmente “hace que tenga miedo al ir sola por la calle a determinadas horas o a realizar un viaje a según qué sitios”.

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¿Es normal tener estos miedos? “El miedo es una emoción básica que nos ayuda a la supervivencia y nos ayuda a protegernos”, me explica la psicóloga Júlia Pascual, especializada en miedos y fobias. Pascual me da los detalles para no odiar al miedo: “Gracias a él, si por ejemplo bajas las escaleras y te tropiezas, en milésimas de segundo te ayuda a guardar el equilibrio y a no caerte”. Está claro: sin el miedo, el sentido de precaución hacia situaciones que nos podrían causar la muerte no existiría. Lo malo es no querer afrontar ciertos miedos, como aclara: “Si una persona evita una situación o intenta controlar los efectos físicos del miedo -alteración de la frecuencia cardíaca, respiración rápida, sudoración-, más se dispara el temor. Cuando la persona acentúa el exceso de control de las situaciones o pide ayuda en exceso porque se siente incapaz de afrontarla por sí sola, el miedo va a ir incrementando”.

Según las diferentes experiencias que unx haya vivido, “como un accidente con sus padres, se le presenta el miedo a la muerte más pronto que a otras personas. Pero tarde o temprano, los miedos aparecen”, agrega. A medida que vivimos más y tenemos más experiencias, pues, se nos agranda la sensación de miedo porque somos conscientes de todos los peligros relacionados que puede comportar cualquier acción. Como emoción básica, es imposible escapar del miedo, ya que forma parte intrínseca de nuestro ser. ¿Pero es ahora, en la adultez, cuando pensamos que sentimos más temores? ¿O es que de niñxs no tuvimos miedos que llegaron a bloquearnos? Pascual me lo aclara: “En cada etapa evolutiva de desarrollo del ser humano afrontamos ciertos miedos. A ciertas edades, lxs niñxs tienen que afrontar el miedo a la oscuridad o a estar solxs. Cuando crecemos, hay otros miedos a afrontar”. 

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“Antes no me lo pensaba y ahora me lo pienso dos veces”, me cuenta María (28 años). Empezar una vida laboral, pagar el primer alquiler o tener una desilusión amorosa son factores generales que pueden desestabilizar las expectativas que teníamos de la vida, ver posibles peligros y generarnos nuevos miedos. Para ella, la pandemia actual de la COVID-19 ha hecho que “la forma de ver la vida me haya cambiado un montón. Me he sentido más insegura laboralmente”. Esta situación sanitaria ha creado un miedo comunitario global, ya sea a contagiarse, a perder a seres queridos por el virus o a no encontrar trabajo tras un despido, entre tantos otros. En este sentido, el miedo a la muerte, algo que normalmente aparece en la vejez, ha mermado en diferentes generaciones y ha hecho “afrontar el miedo a la muerte y a la enfermedad tengamos la edad que sea”, aclara la psicóloga Pascual. 

Como parte intrínseca y evolutiva del ser humano, no podemos evitar que aparezca a lo largo de nuestra vida. Depende del miedo que sea, no obstante, sí que podemos solucionarlo o convivir con él. “Si son miedos moderados, lo mejor que podemos hacer es mantener las actividades normales intentando que el miedo no se convierta en un motivo para dejar de hacerlas. Muchos miedos se alivian cuando vemos que eso no llega a pasar”, me comenta el psicólogo Joan Salvador Vilallonga, también especializado en este tipo de casos. Es crucial tener la voluntad de afrontar esas situaciones. De lo contrario, el alivio que vamos a experimentar va a ser una trampa, como agrega Vilallonga: “La mayoría de personas que tenían miedo a volar han dejado de tenerlo, precisamente, yendo en avión y comprobando que no ocurría nada malo. Si no lo hacemos así y evitamos el miedo, en la ocasión siguiente tendremos más ganas de evitarlo y cada vez estaremos más limitados”. 

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Si aun así no podemos solucionarlos, “lo mejor es pedir ayuda a unx profesional de la psicología para que nos ayude a resolverlo”, comenta Vilallonga. Claro está, cada persona es distinta y algo que una persona podrá resolver internamente con tiempo, otra tendrá que recurrir a ayuda externa. No hay que frustrarse si no conseguimos ese cambio inmediatamente ni tampoco pensar que los miedos son injustificados, ya que forman parte de nuestras emociones. Si por el momento decidimos afrontarlos solxs, aquí un mensaje muy animador de Pascual: “Cada vez que tenemos el coraje de afrontar algo que hemos percibido miedo, una persona se siente cada vez más fortalecida y con más coraje”.

Si evitamos confrontarnos a esos miedos, ¿podrían derivar en fobias? Vilallonga lo aclara: “Los miedos y las fobias son cosas distintas. El miedo es un componente de la fobia, uno muy intenso que reconocemos como irracional y que hace que directamente evitemos el objeto o situación que nos produce eso, como una araña o un ascensor. Y en caso de que no lo podamos evitar, soportamos la situación a costa de una gran ansiedad”. Aunque muchas fobias empiezan cuando somos pequeños o en la adolescencia, el psicólogo comenta que cualquier situación que nos genere miedo podría crearnos una fobia con alguna situación en concreto, por ejemplo, desarrollar una fobia a los perros porque de repente uno nos muerde. Confrontarlas, muchas veces de la mano de profesionales, es la solución más práctica y eficaz.

Para saber si mis miedos y los de mi generación desaparecen o continúan a lo largo del tiempo hablo con Ester (55 años) y con Toni (59) y compruebo que no tenemos preocupaciones tan distintas. “Empecé a desarrollar más miedos a los 22 años, cuando me casé”, me comenta Ester. Me cuenta que a lo largo de todo este tiempo ha tenido temores como “esperar que todo fuera bien en el parto de mi hija, temer no llegar a fin de mes o sufrir por la salud de la familia”. Actualmente, siente miedo, por ejemplo, “hasta que no llega el resultado de pruebas médicas, como mamografías o citologías”, así como el temor a un posible accidente de tráfico. Toni me cuenta que él empezó a sentir otros miedos más tarde, a los 50 años, cuando sentía que avanzaba en sus años: “Quieres tener salud y sientes que te haces mayor. También, tal y como está la situación laboral, te preocupa el día a día del trabajo para llegar a fin de mes”. 

La psicóloga Pascual se despide con una frase de Mark Twain: “La valentía es la resistencia al miedo, no la ausencia del miedo”. El respeto hacia unx mismx y hacia los demás es fundamental para aprender a convivir con el miedo y confrontarlo. No podemos controlar los factores externos -en mi caso, por más que la lucha feminista avance, es imposible que yo sola acabe con el patriarcado y las agresiones machistas en la calle que provocan mi miedo a volver sola de noche. Pero podemos volcarnos a resolver estos miedos afrontando esa situación mediante herramientas que nos ayuden a solventarla. Cuidado con eso: si una persona allegada convive con un temor hasta el punto de generarle ansiedad, no la echemos directamente a esa situación con la excusa de que así lo superará. Cada unx vive su proceso a su tiempo y de maneras distintas. Reconocer los temores a tiempo y entender que podemos convivir con ellos es clave para evitar ansiedades o fobias futuras.