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ilustración por @pacobulliicio_1
Actualidad

Ideas políticas y vínculos afectivos: cómo manejar las diferencias

Hablemos de cómo nuestras relaciones son un campo de batalla ideológico.

La política se mete cada vez más en nuestros vínculos. Las relaciones se volvieron un campo de batalla ideológico (en este punto vale aclarar que lo político excede lo partidario). Las problemáticas sociales, ambientales y económicas están cada vez más presentes en nuestras casas, en las calles que transitamos y hasta se cuelan de a poco en las instituciones que creíamos intocables. 

Para muchas la ideología política es un factor importante para nuevas relaciones sexoafectivas. En aplicaciones de citas como Tinder podemos ver perfiles de personas que en su descripción se declaran feministas, veganas, e incluso dan aclaraciones como “no salgo con antivacunas”, por poner un ejemplo real. Es entendible que en nuestra búsqueda de nuevas relaciones queramos acercarnos a personas con las que tengamos ideas y valores en común. Sin embargo, Maximiliano Marentes, sociólogo especializado en estudios sociales del amor, sostiene que muchas veces cuando estamos paradas en esto de vincularnos con gente que piensa de igual manera, lo que terminamos haciendo son especies de monólogos en los que repetimos lo que queremos repetir y “queda tipo soliloquio”. 

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Ahora bien, hay algo mucho más interesante ¿Qué pasa con aquellos vínculos que no elegimos, como nuestra familia o compañeros de trabajo? ¿o con esos amigos que elegimos en la infancia y los queremos, pero hoy nos sentimos en veredas ideológicamente opuestas? ¿cómo lidiamos con esas diferencias? ¿dónde está el límite? Y, en última instancia ¿Cómo le hacemos el duelo a esas pérdidas? Todas estas preguntas se aparecen en nuestra mente con cada discusión en la que no nos ponemos de acuerdo.

Pensar distinto no es un problema, de hecho la vida sería bastante aburrida si esto no sucediera. La heterogeneidad y diversidad de ideas, personas y pensamientos nos brinda un abanico de posibilidades para que podamos analizar, cuestionar y elegir la manera de ver la vida que nos parezca más adecuada. Si bien estamos en un mundo polarizado y binario, donde parece que si no estás en un extremo sí o sí tenés que estar en el otro, la realidad no es tan así. Esto se puede ver claramente en la discusión en torno a la legalización del aborto alrededor del mundo: personas que salen a las calles a reclamar su derecho, otras que se manifiestan en contra y muchas otras que ni siquiera se interesan por el tema. “Hay que tener el panorama completo, en el medio hay un montón de gente que va y viene y está un rato acá y un rato allá. Y al mismo tiempo entender los vaivenes y las ondulaciones porque no es que estás todo el tiempo acá o todo el tiempo allá, vamos entre los distintos polos”, dice Marentes.

Podríamos tomarnos como ejemplo a nosotras mismas con respecto al feminismo, por nombrar una cuestión muy latente. Que nadie nació feminista no es una novedad y la llamada deconstrucción no es un proceso lineal, jugamos en un tablero donde planeamos avanzar, pero a veces tenemos alguna actitud o incluso pensamiento que no condice del todo con la teoría que aprendimos. Y está bien, porque no somos robots y fuimos criadas bajo los mandatos patriarcales. Lo importante, creo que es reconocer que esa conducta o pensamiento no va de la mano con nuestras ideas y valores y tratar de desecharlo o, por lo menos, cuestionarlo.

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Cabe preguntarnos entonces, por qué hay vínculos que se han roto por este tipo de diferencias y otros que seguimos sosteniendo, pero nos lastima hacerlo. Teniendo en cuenta que nada, mucho menos algo relacionado al campo de las emociones, es tan tajante y definitivo, podemos empezar por establecer dos esferas para entender dónde podrían situarse los límites: una colectiva, como son los comentarios que alimentan los discursos de odio, y otra más individual que se refiere a qué cosas lastiman a cada persona y cómo es la dinámica de cada vínculo en particular.

¿Esto lo puedo decir?

Los discursos de odio son aquellos que incitan la discriminación, intolerancia, hostilidad y violencia en contra de una persona o un grupo de personas. “Yo puedo aceptar que alguien piense distinto, pero a partir de que yo pueda postular que es aceptable lo que la otra persona piensa. Yendo a algo super simple: yo puedo aceptar que a una persona no le guste la canela en una torta, lo que no puedo aceptar es que alguien me diga que las personas que usan canela son estúpidas”, dice la licenciada en Psicología Antonella D’Alessio, quien también es cofundadora y coordinadora del área de prensa y comunicación de la Red de Psicólogxs Feministas de Argentina, docente en Introducción a los estudios de género en la Universidad de Buenos Aires y fundadora de Spot Consultora.

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La mitad de la familia de Cristian es “evangélica de la forma más conservadora que existe”, la reproducción de discursos fascistas que hacían lo llevó a dejar de vincularse con todos excepto con su mamá, aunque con ella tampoco siente que le salga “naturalmente”. “Con el resto de la familia prefiero no tener nada que ver, veo sus publicaciones en Facebook directamente fascistas y siento que no tenemos nada en común”. En este sentido, Marentes descarta que una solución efectiva para la multiplicación de los discursos de odio sea prohibirlos por medio de mecanismos informales como podría serlo la famosa cultura de la cancelación: “Van a seguir apareciendo. Sobre todo en un contexto en el cual hay cierto mecanismo de democratización de las voces a partir de las nuevas tecnologías de Internet y demás. Hoy en día podés publicar en Twitter o un video en YouTube y la gente te empieza a seguir y se difunden mucho más que hace 10 años”.

“Yo puedo aceptar que alguien piense distinto, pero a partir de que yo pueda postular que es aceptable lo que la otra persona piensa. Yendo a algo super simple: yo puedo aceptar que a una persona no le guste la canela en una torta, lo que no puedo aceptar es que alguien me diga que las personas que usan canela son estúpidas”

Sí es necesario para crear una especie de armonía, aclara, establecer ciertos consensos como sociedad. “Hay que repensar qué es lo que puedo decir y qué es lo que no, pero no necesariamente tratar de acallarlo. Por lo menos por mecanismos informales, porque después lo que termina pasando es que se vuelve muy en contra”, dice. Con respecto a estos consensos sociales, pone como ejemplo el discurso negacionista que gira en torno al número de detenidos desaparecidos en la última dictadura cívico-militar argentina. Sostiene que hay ciertos dispositivos (por ejemplo la Ley 14910 de la provincia de Buenos Aires que establece el uso del término Dictadura Cívico-Militar y el número de 30.000 en las publicaciones, ediciones gráficas y/o audiovisuales y en los actos públicos de gobierno) que consideran que hay ciertas cosas que no se pueden decir públicamente para no dañar la memoria de nuestro país. “Que quede establecido formalmente, como una política. Eso me parece que puede llegar a ser una herramienta para generar mayor consenso sobre cuáles son los límites”, agrega Maximiliano.

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No hacer del rasgo una identidad

En un sentido más personal, hay que tener en cuenta que no podemos generalizar a todas las personas y todos los vínculos como si tuvieran las mismas características. D’alessio dice que hay muchos factores que pueden determinar cuán permeable es una persona a este tipo de debates: la edad, la orientación sexual, la identidad de género, la clase social, la crianza, las experiencias y vivencias que ha tenido y los grupos de pertenencia. 

“Decir cosas como ‘la abuela nunca va a entender esto’, son cuestiones que se escuchan bastante y con mucha angustia, porque si pensamos que alguien no nos va a poder escuchar, estamos cerrando la posibilidad de que eso quizás efectivamente suceda. La idea es poder entender que hay personas que tienen otros recorridos, otras historias de vida, otras experiencias. Lo que no implica justificar discursos de odio ni agresiones, pero sí entender desde dónde vienen y tratar de empatizar con la vida de esas personas que muchas veces es muy diferente”, agrega la psicóloga.

Luna dice que su tía es “una señora bien, de barrio privado, abogada de empresas muy high level (sic)” y ella, por su parte, fue educada en “un hogar de onda más bien anarquista”. Sin embargo, cuenta que han llegado a tener conversaciones sobre la legalización del aborto y otras cuestiones sociales y nunca la hizo sentir mal a pesar de las diferencias. Luna piensa que su tía, “a pesar de todo lo conservadora que es, tiene voluntad de entender las diferencias y de ser un poco mejor persona. Creo que incluso llega a cuestionar sus privilegios un poco y eso me parece que es valorable”, agrega.

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Como dijimos antes, no está bueno quedarnos con los extremos, puede suceder que a esa otra persona no le interese tener un debate, cuestionar o cambiar su manera de pensar y eso tampoco está mal mientras para nosotras esa opinión no sea algo fundamental en nuestros valores. “Yo no puedo relacionarme con una persona que piensa que las mujeres son estúpidas, si yo soy mujer”, dice Antonella. Y cree que la clave es no hacer de ese rasgo una identidad y aprovechar todas las otras cosas que ese vínculo puede darnos. 

“Muchas veces cuando estamos paradas en esto de vincularnos con gente que piensa de igual manera, lo que terminamos haciendo son especies de monólogos en los que repetimos lo que queremos repetir y “queda tipo soliloquio”.

Macarena quería renunciar a su trabajo y Camila, una chica de su grupo de amigas, le dio un lugar en su marca. “Nosotras no éramos particularmente super amigas, pero empezar a laburar juntas nos unió mucho más desde un lugar de compañerismo”, cuenta. Cuando empezó el aislamiento social preventivo y obligatorio en Argentina, Camila empezó a compartir publicaciones donde expresaba que la pandemia no era real e incluso amplificaba contenido antivacunas con el que Macarena no estaba de acuerdo. “Se da por sentado que de la pandemia no se habla, pero ella me pregunta por mi familia y cosas vinculadas al contexto con las que sé que no está tan de acuerdo. Quizás lo que hace que el vínculo siga vigente, además del trabajo, es que se pone por encima el bienestar de la otra y no querer confrontar y discutir”, dice.

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“También hay experiencias y hay cosas que nos hacen cambiar mucho de opinión entonces yo creo que soy partidario de la diferencia, como que existe la posibilidad de convivir con la diferencia, el tema es cuando nos quedamos como con que esa diferencia es lo que define la totalidad de la persona y al mismo tiempo es cuando nos quedamos con esa primera impresión y no nos permitimos abrirnos, porque en algún punto todo vínculo es un abrirse hacia otras personas y en ese abrirse hay incertidumbre” sostiene el sociólogo.

Socializar la angustia

Gonzalo y su mejor amigo Facundo se conocían desde los seis años. Compartieron escuela, vacaciones y hechos importantes en la vida del otro, pero en un momento eso se terminó. “Yo trataba de explicarle mi punto de vista, reconozco que me pongo un poco apasionado en esas discusiones, y él me decía que era un tarado por discutir por política. Ahí no pude seguir más”, cuenta Gonzalo. “Pasó hace más de dos años y la verdad es que lo extraño. Además, como tenemos otros amigos en común nos cruzamos de vez en cuando”, dice.

En este sentido, D’Alessio recomienda recurrir a terapia para poder elaborar ese dolor y esa pérdida y además poder ser capaces de socializar esa angustia que sentimos. “Me parece que es muy saludable hacer el trabajo de aceptación de que, si esas personas nos rechazan por cómo pensamos, quizás hay un abismo ahí que no podamos atravesar con ningún tipo de puente simbólico y siempre lo más importante es pensar en nuestro propio bienestar” dice la psicóloga. 

Saber diferenciar una opinión de un discurso de odio, analizar y poner en una balanza cada vínculo en particular y aceptar y elaborar las pérdidas cuando sea necesario, parecen ser las claves para las disyuntivas que se plantearon al inicio de este artículo, aunque en el campo del amor nada nunca está totalmente resuelto.