Protestas en Colombia
Fotografía de Nathalia Angarita / Reuters
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Colombia: represión y confusión

Estas son algunas claves para leer lo que pasa en Colombia, más allá del tsunami de información.

Colombia cumple ya 10 días en Paro Nacional y represión policial. Hasta el momento, la ONG Temblores reporta 37 víctimas de violencia homicida de parte de la policía, nos acercamos a las mil detenciones contra manifestantes, 1728 casos de violencia policial y un número incierto de desaparecidxs.

En tan solo una semana Colombia superó, en muertes durante la protesta, a Chile, en los 150 días del Estallido Social del 2019 y a Estados Unidos, en los 60 días de protestas por el asesinato de George Floyd. Lo nuestro es batir récords en sevicia y sangre, por eso hoy nuestra bandera está al revés. Y a pesar de esto, la gente resiste en las calles, las movilizaciones continúan, en ciudades como Cali hay bloqueos en toda la ciudad, el Paro se mantiene y más sectores se siguen sumando y ahí hay un fuerte mensaje político, ya ni siquiera dirigido al Gobierno nacional, que en tres años nunca estuvo a la altura del reclamo, sino al mundo, que ahora escucha atento.

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Eso está logrando este Paro, poner en el mapa mundial no solo el descontento del pueblo colombiano frente a este Gobierno, que es la extensión de una misma línea política que se ha mantenido por siglos, sino las violaciones a los derechos humanos que se han venido cometiendo para poder sostenerse en el poder, pero ahora transmitidas ante los ojos de todxs vía redes sociales.

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Fotografía por Nathalia Angarita/ Reuters

Pero a este mar de información y videos documentando la represión policial, se suman la incertidumbre de apagones y restricciones de internet aún sin una explicación clara, y las narrativas con que el Gobierno y sus incondicionales medios hegemónicos intentan deslegitimar lo que ocurre. Es importante entonces hacer un análisis más allá de la reforma tributaria que detonó todo y con mayor profundidad de lo que las redes sociales pueden dar cuenta, porque también tenemos un historial impecable en adoctrinamiento y desinformación desde las élites, los medios hegemónicos y sus narrativas guerreristas. Y también se hace necesario entender varios aspectos de la idiosincrasia colombiana frente a la protesta social para hacer la lectura completa.

1.     Estigmatización de la protesta y vandalismo de Estado.

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Esta mañana en Bogotá, indígenas Misak tumbaron la estatua de Gonzalo Jiménez de Quesada, el español a quien se atribuye la fundación de la ciudad, un genocida a los ojos del pueblo indígena. Esta es la tercera estatua derribada en lo que va del Paro; el 28 de abril cayó Sebastián de Belalcázar –otro “fundador” español– en Cali y luego, el cinco de mayo, siguió Antonio Nariño –uno de los generales de la independencia– en Pasto. La caída de las estatuas es una reivindicación simbólica e histórica que dice mucho más que cualquier pliego de peticiones. Pero el ministro de Cultura prefiere referirse a ellos como vándalos, un comodín para estigmatizar a todo el que protesta contra el Gobierno y no lo hace siguiendo el guion de conducta de la buena protesta que incluye marchar de blanco, sin obstruir el tráfico y sin hacer estorbo; como lo propuso el actual ministro de Defensa, en el “Protestódromo”, un supuesto lugar físico donde los manifestantes puedan protestar simulando estar en las calles.  

Sobra aclarar que, en un momento de protestas y malestar social tan evidente como este, se encuentran en la calle tantos actores que es imposible mantener un control sobre todos, que hay bloqueos porque es un Paro y si no se incomoda, no tiene efectos, pero también que hay quienes aprovechan para hacer desmadres y no hay que tener una maestría en ciencias políticas para saber que no se pueden meter todos en la misma bolsa. Tampoco hay que ir más lejos para entender la iconoclasia y la legitimidad de la acción directa en la protesta. Pero qué sería de nuestros gobernantes si no pudieran alimentar el miedo con la figura del enemigo interno para poder justificar sus abusos de fuerza, sin eliminar toda oposición y atornillarse en el poder vendiéndonos seguridad después de regalarnos miedo.

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La narrativa del vandalismo, de deslegitimar el reclamo del pueblo descontento infundiendo terror asignándole la responsabilidad a guerrillas o hasta a presidentes de otros países, le sirve al Gobierno para sacar sus fuerzas militares a la calle, como lo ha venido haciendo desde el domingo pasado bajo la figura de “asistencia militar” y cometer todas las violaciones a los derechos humanos que cometen impunemente, avalados por los medios que refuerzan esa narrativa y por sectores de la sociedad que reaccionan con miedo.

“Pero qué sería de nuestros gobernantes si no pudieran alimentar el miedo con la figura del enemigo interno para poder justificar sus abusos de fuerza”

¿Pero, y qué si hay vandalismo? ¿Acaso la destrucción a la propiedad pública o privada merece ser contestada con armamento militar? No tiene ningún sentido de proporcionalidad. Si hay vandalismo hay medidas legales para actuar, pero estas que estamos viendo, no son. No se puede poner al mismo nivel romper vidrios o “vandalizar” locales y tomarse la justicia por mano propia y acabar con la vida de las personas. Tampoco podemos dejar de lado que la policía tiene una historia de infiltrar la protesta que data de tiempo atrás; ayer 6 de mayo circularon videos de un camión con placas que fueron identificadas como propiedad de la Policía del que se bajaron personas vestidas de civil y dispararon contra manifestantes en Cali. Posteriormente la Policía reconoció la propiedad del camión y articuló una explicación bastante rebuscada, un supuesto operativo encubierto que no se los cree nadie. Además de videos de lo ocurrido salieron a la luz audios de policías que denunciaban haber sido enviados como carne de cañón. Y es que la credibilidad de la Policía nacional, y en general de las instituciones oficiales, ya no puede hundirse más.

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Fotografía por Victoria Holguín.

2.     Mano dura y campaña electoral.

Bajo esa lógica de terror en este país ya mataron a 6402 jóvenes entre 2002 y 2008 y los hicieron pasar por bajas en combate. Esta estrategia para mostrar resultados efectivos en la lucha contra grupos armados, fue parte de la política de seguridad democrática del expresidente Álvaro Uribe Vélez, el padrino político del actual presidente de Colombia, quien también ha sido asociado con el paramilitarismo en el país y, para muchos, quien aún da las órdenes. Un tipo nefasto, sobra decir, que en este Paro ha hecho lo propio no solo para estigmatizar la protesta sino también para incitar a la fuerza pública a accionar sus armas contra el supuesto “terrorismo vandálico”. Esa premisa no solo apeló a la fuerza púbica, al parecer también caló en sectores de la sociedad que se han armado para “defenderse” de esos vándalos; es el caso de Cali, donde no solamente se han organizado estos grupos en sectores de estratos altos como Ciudad Jardín, sino que también han amenazado a las brigadas de salud que apoyan con donaciones de comida e insumos médicos a los puntos de resistencia. Y podría ser también el caso de Pereira, donde hombres armados dispararon hace dos días contra Lucas Villa, un joven que horas antes arengaba, bailaba y hacía pedagogía en las calles; Lucas recibió 8 disparos y su pronóstico sigue siendo reservado.

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El 2022 es año de elecciones en Colombia y no hay necesidad de medir la impopularidad del actual Gobierno; el termómetro son las calles. Así que no se puede desasociar el actuar militarista del presidente y las frecuentes violaciones a los derechos humanos, no solo durante este Paro, como una antesala a ese escenario. Una antesala de terror que ya sabemos los colombianos en qué vuelve a terminar.

3.     Disonancia cognitiva y justicia social

Pero quizás lo más preocupante no sea solo la situación violatoria a los derechos humanos que no estamos viviendo apenas ahora, pero sí se está difundiendo en vivo y en directo, sino el aval que tiene aún por algunos sectores de la sociedad. La imposibilidad de entender los motivos por los que hay gente bloqueando sus calles, por qué el virus pasó a ser un riesgo preferible para muchos a seguir con la inercia social. Esa falta de empatía de la que hablábamos en el 2019 ya tendría que escalar a un problema de disonancia cognitiva cuando no solo no entiendes que el hambre y la desigualdad son un problema que no se resuelve esperando el favor del Gobierno, sino que apoyas que esos reclamos se acallen con balas.

Hay una ruptura de valores o sistema de creencias y emociones y la realidad, que ya no es ajena, que es colectiva y ahí no hay razones ni tratados de derechos humanos que valgan. Para esas personas, quienes están en la calle lo hacen sin motivos, desconociendo no solo su agencia sino sus necesidades que, por supuesto, están en un nivel secundario porque priman las propias. Porque hay en nuestra cultura individualista, capitalista y neoliberal un ellxs y un nosotrxs, y el Paro pone en disputa las fronteras. Se metieron los retenes a las ciudades. Sí, hay desabastecimiento de algunos productos como huevos en Cali, y quizás es la primera vez que algunas personas se dan cuenta de dónde vienen esas cosas que hoy faltan en sus mesas, quién las transporta, quién las pone. Pero siempre hubo desabastecimiento en La Guajira, en el Chocó, en Buenaventura…

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Esa falta de empatía de la que hablábamos en el 2019 ya tendría que escalar a un problema de disonancia cognitiva cuando no solo no entiendes que el hambre y la desigualdad son un problema que no se resuelve esperando el favor del Gobierno, sino que apoyas que esos reclamos se acallen con balas.

Esto va más allá de una reforma tributaria, del valor de unos huevos, de la renuncia de un ministro e incluso, del Gobierno de Iván Duque. El Paro abrió la caja de Pandora de desigualdades históricas que se evidenciaron durante la pandemia y las injusticias sociales que, a pesar de ello, el Gobierno seguía dispuesto a seguir reforzando. Y al ser tantos los motivos, tantas las deudas históricas, se hace más difícil unificar el diálogo, los canales, las vocerías, los liderazgos. Quizás nos debemos aún más escucha antes de empezar a responder, antes de vomitar nuestras justificaciones egoístas de siempre para que “dejen trabajar” o para que “voten bien” como solución de todo.

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Fotografía por Victoria Holguín.

Hoy comenzaron los intentos de diálogo de parte de una coalición política que tampoco representa a nadie, y es que ya ni el comité del Paro lo hace, porque hace rato dejó de ser la cabeza de algo. El Paro ya se desbordó y es del pueblo, no tiene dueñxs. No sabemos si habrá negociación y acuerdos, pero lo que sabemos es que este despertar ya no lo frenó ni una pandemia ni un ejército, es imparable y ya tiene efectos. Volvimos a las calles, volvemos a las plazas, volvemos a los parques, a las asambleas barriales, locales, distritales. O hablamos entre nosotrxs primero, nos entendemos, reconocemos las necesidades y exigencias del otrx o nos seguimos gritando y callando a balas. Porque este Gobierno ya no le dio la talla ni a su pueblo ni al momento, pero quizás la sociedad todavía esté a tiempo. 

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